UN ALTO EN EL DIALOGO – COMPAÑERO – FRANCISCO CANDIDO XAVIER

Cuando se habla de aflicción, es importante raciocinar sobre el imperativo de la paz en nuestra vida de relación.

La paz, no obstante, nace en la mente de cada uno. Tal afirmativa es seguida, consecuentemente de esta otra: Necesitamos brindar nuestra paz a quienes nos rodean, a efectos de recibirla de las demás. Esta es una especie de beneficencia del Espíritu, a cuya práctica ninguno de nosotros se puede escapar sin perjudicarse. Con todo, para ejercerla es indispensable controlar los desasosiegos y sofrenar loa impulsos negativos, puesto que, en la Tierra, estamos habituados, sin percibirlo, a dilapidar la tranquilidad ajena.

La obtención del apoyo recíproco al nos referirnos, exige de todos no solo entendimiento, sino hasta el mismo ejercicio de la compasión constructiva de unos para con los otros, a los fines de que la tensión innecesaria deje de ser en el mundo uno de los más peligrosos causantes de la enfermedad y de la muerte.

Hay quien manifiesta que el avance tecnológico, en muchos casos, destruye la tranquilidad de las personas; sin embargo, la máquina funciona según las determinaciones del maquinista.

¿Qué pensar del nerviosismo, de la intolerancia, de la pasión por la velocidad temeraria, de la irresponsabilidad, de la inmadurez infatuada en el sector dirigente y del «disculpismo» que enraízan en los hábitos e inducen al desequilibrio en el usufructo de los medios del progreso?

Nadie necesita teorizar demasiado en cuanto a esto.

El filme del mundo en reconstrucción es revelado ante nuestros propios ojos en el laboratorio cotidiano de la vida.

Si hemos de proponernos suprimir la tensión estéril que paulatinamente nos va llevando a tantas y tantas calamidades hogareñas y sociales, es imperioso nos volvamos al cultivo de paz. Por tanto, y sabiendo que la Divina Providencia nos ofrece todos los recursos para la edificación del bien en el campo de nuestras vidas, si queremos la paz es necesario poner nuestro empeño en construirla.

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