PRIMERA PARTE
Yo nunca había pensado escribir “mis Memorias”, porque huía de la noche de mi pasado para no aumentar las sombras de mi presente; pero el espíritu del Padre German (que tanto bien ma ha hecho en esta encarnación me dijo hace algunos años lo siguiente:
– Tienes que dejar una herencia a los pobres de la tierra.
– ¿Herencia?… – repliqé, con amarga ironía -. Y ¿Que quieres que deje yo a los pobres?… Por razon natural, moriré en un hospital o auxiliada por algunas mujeres piadosas, que se verán con grandes apuros para costear la caja que encierre mis restos.
– La herencia que yo aludo la puedes dejar de la misma manera, sea cual sea el final de tu actual existencia.
– no te comprendo.
– Pues nada más fácil de hacer tu legado. Tú debes dejar escritas tus memorias; debes decir a las mujeres que lloran lo mucho que has llorado; puedes enseñarles el modo que encontrate una familia, y cómo, en medio del más horrible aislamiento, te creaste amistades verdaderas y admiradores enusiastas; es un deber que tienes que cumplir y lo cumplirás; y después de cumplido quedarás satisfecha de tu obra.
Los años pasarón y, aunque nunca olvidé los consejos del Padre Germán (mucho más cuando el me lo recordaba con frecuencia), no me encontraba con valor suficiente para mirar de frente mi pasado; me lamentaba de mi presente y me entristecia mi porvenir.
Al fin, la comunicación de un espiritu me decidió, y una noche, no sé si dormida o despierta, escuché una voz que me dijo, co acento de amargura reconvención:
– ¡Qué ingratos sois los terrenales!… ¡ No recordáis más que las desventuras!…¡Que pronto olvidáis las horas de placer!… Te lamentas de tu infortunio producto de tus desaciertos y de tu atolondramiento en todos los actos de tu existencia anteriores; pero entre tantísimas espinas, ¿no te acuerdas de haber encontrado una flor cuya dulcísima fragancia aún embalsama tu vida? ¿No te acuerdas del idilio de tu infancia? En la aurora de tu actual existencia, ¿no contemplas la figura adorable de una mujer, que fue el ángel de tu guarda, y que cuanto tiene de racional tu entendimiento, todo se lo debes a ella? ¿ Tan pronto has olvidado que te llevo en sus brazos, con más satisfación que si llevara al Salvador de un mundo? ¿ Es posible que ya no la veas velando tu sueño? Cuando lees y te entusiasmas con las obras escritas por los grandes genios, ¿no se te ocurre decir : ¡Ella me enseño a leer! … ¡Ella inculco en mi mente el amor a la naturaleza! ¡Ella me hizo comprender la omnipotencia de Dios !? ¿ Acaso no merece tu madre una página de tus memorias”?…
Al oir estas palabras, el llanto de remordimiento baño mis hojos, y al momento sentí que me abrazaban y murmuraban en mis oidos, muy quedo:
– ¡No llores, hija mía!… ¡No llores!
Como impulsada por una corriente eléctrica, me senté en mi lecho, sinstiendo aún el dulcisimo calor de mi madre. ¡Era ella, sí, que al verme llorar había acudido a enjuagar mis lágrimas!
Aprecié en todo su valor la lección que me dió el espíritu que me hizo ver mi ingratitud, y para desmostrar al invisible consejero que deseo cumplir un deber sagrado, empiezo diciendo algo de mi infancia.
Durante tres meses hicierontodo cuanto le fue posible a fin de conseguir mi curación, y al ver que la ciencia era impotente rogaron a Dios con fervor para que me concediera puesto en la gloria, prefiriendo mi muerte a verme inmensamente desgraciada.
Al fin, un sabio ignorado, un modesto farmaceuetico triunfó de mi enfermedad. abrí los ojos y mi madre creyó que veía el cielo.
Durante aquel instante supremo olvidó por completo sus deventuras (porque mi madre había sido inmensamente desgraciada), y al abrir yo los ojos, el cielo se abrió para ella; me quiso como no se quiere en la tierra, con delirio, con verdadera adoración; si existe la locura de amor maternal, mi madre estuvo completamente loca, desde que yo recobré la vista.
En mis ojos, que me quedarón muy imperfectos, no se lo que vería, pero es lo cierto que se consagró en absoloto ami, y no tuvo más afan que hacerme dichosa, sin que por su extremado cariño descuidase en lo más leve mi educación; baste decir que cuando cumplí los dos años empezó para ella la penosa tarea de enseñarme a leer,consiguiendo, en premio de su afán desvelo, que a los cinco años leyera correctamente, haciendome leer en alta voz dos horas al diarias.
Nuestros espíritus se unierón de un modo tan admirable, que sólo con mirarnos nos adivinábamos el pensamiento.
me inspiraba gran confianza, y la respetaba como si fura Dios en persona, reconociendole tal superioridad moral e intelectual, que no encontraba a nadie que se le asemejara.
Mi respeto y veneración estaban exentos de todo temor. La gradeza de su espíritu me asombraba y me dominaba de tal modo, que una palabra suya era una orden terminante para mi.
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Veinticinco años estuvimos juntas en la tierra, y una noche de verano (¡ ay !, jamás la olvidaré) nos quedamos las dos solas, sentadas, sentadas a orillas del Guadalquivir, frene a los jardines del palacio de San Telmo. Sin poder explicarnos la causa. las dos estabamos muy tristes, porque mi madre tenía una enfermedad incurable y sólo la energía de su voluntad la sostenía en pie; la luna nos inviaba sus pálidos destellos, y aquel silencio aquella calma de la naturaleza, aumentaba nuestra triste melancolía.
De pronto, mi madre tomó mis manos entre las suyas, dejando correr silenciosamente un copioso llanto, me dijo con la mayor ternura:
– ¡Ay, Amalia! … ¡Tengo un miedo!
-¡Miedo! ¿De que?
– De lo que nos queda por sufrir, y sobre todo a ti.
-¿Por que? ¿Que nos amenaza?
– La ley de la vida; mi muerte: ¡cuán agradecida te estoy hija mia!
¿Por que?
– Porque te he debido las horas más felices de mi vida. A mi me educarón bajo el ntiguo sistema de terror; mis padres me inspirarón siempre miedo- Mi madre, sólo en sus últimos días fue cariñosa conmigo; el compañero que eligió mi corazón, o no le comprendi bien, o él no me comprendio amí; lo cierto es que tu no has difrutado de las caricias de tu padre, por haber vivido siempre separado de nosotros, y sólo tu agradable compañia me ha hecho feliz, y no sé porque, tengo el pensamiento de que esta felicidad se ma va a concluir, y me horroriza el pensar lo que te queda por sufrir.
“¿Que harás tu sin mí en el mundo? Tu falta de vista no me ha dejado perfeccionar tu educación; tú no tienes ni oficio, ni carrera, ni hábitos de pobreza; como ves poco, eres torpe para las faenas domesticas.
“¿Qué será de ti? Muchas veces (ahora te lo digo para descargar mi conciencia) he pedido a Dios tu muerte, para dejarte colocada en una caja, libre de las miserias de la vida; pero Dios no me ha escuchado, y veo sobre ti una sombra que me espanta, porque veo que se acerca mi último momento, y por más vueltas que le doy, yo no sé cómo vas a vivir.”
Al oir estas palabras lloré con ella y no supe qué contestarle, porque en realidad yo tampoco encontraba camino para poder vivir sin la sombra de mi madre.
Sumida las dos en profunda tristeza pasamos unos dias, y amedida que se iba extinguiendo la vida de mi madre, iba tocando a su finn la pequeña herencia que había heredado de mi padre; cuando ella vio que íbamos a reducidas a la mayor miseria, tembló de espanto por mí, y yo me horroricé por ella, entonces, al ver mí impotencia para trabajar, se opero de mí una extraña transformación, y diriguiéndome a Dios como si hablara con un intimo amigo le dije así:
– Nunca te he pedido nada, así es que bien puedes concederme lo que voy a pedirte. Yo quisiera que mi madre no tuviera que morir en un hospital; dame a mí todas las amarguras que quieras , yo sola las resistiré; pero ver a ella, tan digna y tan orgullosa, en el extremo de la misería, eso si que no me encuentro con el valor sufieciente para resistirlo. ¡Oye bien lo que pido! ¡Sola seréfuerte; con ella…no locreo!
¡Parece mentira lo que me sucedió entonces! Como aquel que ha sido ciego desde que nació y al recobrar la vista encuentra un mundo nuevo para él, así, súbitamente, medí el abismo de la miseria que me esperaba y comprendí que mi pobre madre, si vivia algún tiempo más, sería horriblemte desgraciada, porque a pesar de haber sufrido mucho no había descendido nunca a la publicidad de su pobreza: había vivido muriendo, pero dentro de su casa, sin decir a nadie el motivo de sus penas.
Cuando se dejó caer para no levantarse más, di gracias a Dios, diciéndole:
-Gracias te doy porque mi madre no morirá negando tu misericordia; tendrá su caja, u nicho, su lápida; en sus últimos momentos se verá rodeada de sus amigos, descansando su cabeza sobre mis brazos; no conocerá el horror del abismo que nos rodea. ¡Bendito!”…¡Bendito seas!.
Y con ánimo sereno, durante catorce días no me separé de su lado.
– No te separes de mí; así, así, las dos juntitas, bien abrazadas.
Y en mis brazos exhaló su último suspiro.
Cuando me entregarón lallave de la caja, dije al amigo que cumplió tan trisste encargo:
– He aquí lo único que tenía que recoger de la tierra, ahora me voy a otro planeta, al mundo del dolor…
Muchos creyerón que me volvería loca, porque los primeros días no pude llorar. Durante tres meses perdí la memoria por completo; pintar los momentos de mi soledad es starea superior a mis fuerzas, y si bien quiero decir algo de lo que experimenté al entrar en mi nueva vida, no es de hablar de mi personilidad , harto insignificante, sino para que sirva de lección provechosa a las muchísimas jóvenes que quedan solas en el mundo, sin más sombra que la que proyecta su cuerpo.
Quiero pintar las angusias de una mujer abandonada a sí misma, y de qué manera, cuando el alma se eleva sobre las miserias humanas, atrae la protección, el consejo y el auxilio de esa gran familia que todos tenemos en el espacio.
En los primeros días de mi soledad me acompañarón las amigas de mi madre, y una de ellas me propuso entrar en un convento, comprometiendose a buscarme el dote, diciéndome, entre otras cosas lo siguiente:
– ¿Qué harás tu en en el mundo? ada de provecho; eres pobre, y pobre en las peores condiciones, porque tu madre te ha criado con los hábitos de una gran duquesa; no sabes salir a la calle con un fardo de ropa, ni con una cesta, ni ir mal vestida; no te puedes poner a servir porque tu falta de visión te hace cometer mil torpezas ; los únicos parientes que tienes, que son el hermano de tu padre y sus hijos, no te quieren porque las desavenencias familia nunca crearon afectos, y todo lo más que harán es atenderte tres o cuatro meses ( y gracias que lo hagan) y luego, ¿qué harás? Lo mejor es que te consagres a Dios y te evitarás muchisimos disgustos. ¿Qué me dices? ¿Qué me contestas?
– Que no quiero ser monja como último recurso. Para consagrarme a Dios preferiría mil veces la vida del anacoreta; en la cumbre de una montaña creo que oiría la voz de Dios; en la celda de un convento renegaría de una religión que rompe los sagrados vínculos de una familia. La religión que detesta lo que atan las leyes de la naturaleza, no interpreta la voluntad de Dios.
– Pero, mujer, ¡si estás sola en el mundo! ¿A quien mejor puedes asirte que a la diestra de Dios?
– Si mi Dios lo encuentro yo en el sol, en el aire, en los mares, en las aves, en las montañas, en los rios, en los mares, en el abismo; en todas partes donde se manifiesta la vida, menos en esad cosas sombrías que llaman lugares de oración, y en esas treticas fortalezs donde se consumen centeneras de mujeres lejos de todos los afectos que engrandecen el espiritu.
La buena señora se me quedo mirando muy sorprendida de mi lenguaje, se levantó y se despidió, diciendome:
– Algún día te arrepentirás ; si quieres, piensalo mejor y dentro de ocho días volveré a saber tu determinación.
Ya está tomad; la religión debe llenar el alma, parq que está, en su duelo, le pida un refugio. Y ¿cómo quiere usted que me consage a lo que rchaza mi razón?
A la proposición de la dama, siguió un casmiento sin amor con un hombre de mediana edad, muy distinguido, pobre y enfermizo; y con gran sorpresa de mis parientes y amigos, dije no queria casrme.
-¿Es posible? – me dijo un antiguo amigo -, ¿Tú sabes lo que es quedarse sola? No has pensado cómo te verás mañana, porque todas estas visitas pronto se acabarán y tendrás que trabajar para vivir: si te dedicas a coser, al poco tiempo te quedarás ciega y tendrás que pedir una limosna de puerta en puerta.
– Pero seré libre y no habré engañado a nadie; yo no siento nada por ese hombre generosa que me quiere honrar dándome su nombre: Mi madre me dijo muchas veces: “No engañes a nadie”, y el consejo de mi madre no lo olvidaré jamás.
Mis negativas elejarón a aquellos que me propusieron el monjio y el casamiento; mis parientes, durante seis meses, me dierón una pequeña pension, siendo yo, en cambio, la costurera de la casa. Yo acepté muy contenta aquel plan de vida, me quedé viviendo en la misma habitación en que había muerto mi madre, vendí muebles, lo arreglé todo lo mejor posible, y cuando creía que iba estar más tranquila, mis parientes dejaron de darme la la pensión, alegando que no les era posible sostener aquel gasto que se podía llamar superfulo.
No me sorprendio tal detrminación, pero sí la sentí muchisimo, porque perdía los débiles cimienetos sobre los cuales se sustentaba mi humilde existencia.
Cuando mis parientes me negaron su apoyo, una amiga de mi infancia, que estaba muy lejos de Sevilla, me llamó a su lado.
Al verme tan desamparada, acepte la oferta de mi amiga y durante un año estuve separada de la tumba de mi madre; cuando volví a Sevilla (después de haber sufrido crueles desengaños9, fui enseguida al Cementerio a llevarle flores, y al postrarme ante su huesa, exclamé:
– ¡Madre mía! … ¡He bebido en poco tiempo la hiel de amargos desengaños! … ¡ Todo a muerto para mí!…¡ Mentira son el amor y la amistad!…
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No es mi proposito seguir paso a paso el calvario de mi vida: no refiriré nada de mi historia íntima a a la cual están enlazadas otras personas que aún existen, y no debo de manera alguna poner en evidencia las debilidades de unos y las ingratiudes de otros; pasemos, pues, por alto los acontecimientos que me hicieron sufrir mucho.
Como cuando apenas tenia 10 años había empezado a escribir y a los 18 a publicar mis poesías figurándome que en Madrid tendría más éxito mis escritos mis escritos y al mismo tiempo que el trabajo de la mujer era mejor retribuido que en Sevilla, me traslade a la Corte, donde en realidad trabajando, vivía mucho mejor que enla capital andaluza. Pero tanto trabajé de dia y de noche, que mis ojos se negaron a seguir fijamente horas y horas y horas mirando la labor, y entonces comenzó para mí una serie interrumpida de sufrimientos y de humillaciones inexplicables.
Mientras pude trabajar, pagaba mi habitación en compañia de una buena familia, y me mantenia frugalmente, pero cuando no pude ganar nada, cuando los mejores los mejores oculistas que residían en Madrid me dijeron que quedaría ciega si persistia en querer trabajar una semana más, quede aterrada, horrorizada y sin acción para dar un paso, porque perder la poca luz que me quedaba me producia un espanto que no tiene nombre.
Como mis ahorros eran muy exiguos, pronto tuve que empeñar toda mi ropa, y dominada por ese misterioso instinto de conservación acudí a las casas aquellas personas que en otro tiempo me habían dado trabajo, para que me dieran un plato de sopa a la hora de comer.
Los unos me decian que me encerrase en un asilo; los otros, que para ser tan pobre y tan inútil era demasiado delicada y que debía acostumbrarme a tratar con toda clase de gente.
Como distinguía los bultos, me dediqué a mandadera, llevando cartas a un lado, recados a otro, y a hacer, en finn, cuanto me mandaban para que me dieran un plato de comida; pero, al volver a mi solitario hogar ( a la hora del descanso donde nadie me esperaba,sintiendo el frio que produce la falta de alimento), cruzaba entonces por mi mente la idea del suicidio.
Como los apuros más grandes los pasaba para pagar mi habitación , al ver que me despedían de la que ocupba por falta de pago, tuve que aceptar lo que me ofrecierón gratis en el taller de unos pintores. Y esto sucedió cuando ya no me quedaba ni una prenda que empeñar, por lo que estuve sin poder mudarme de limpia más de treinta días.
Quedé tan desposeída de todo, que ni aun la tumba de mi madre pude conservar, pues transcurrido el tiempo por la ley sus huesos fueron recogidos por una joven piadosa que, compadecida de mi desgracia , los colocó en la sepultura de sus parientes.
Nada, pues, me quedaba en este mundo. ¿Por qué persistir en continuar en él?
Y la-idea del suicidio se apoderó nuevamente de mí.
Y hallándome con esto muy meditabunda, y de pronto di una gran sacudida y me dije:
Ahora recuerdo que hay una relifgión ; digo mal, hay muchas religiones; aquí funcionan dos: la catolica, apostolica, romana, y la y la reformada por Lutero, osea la protestante. ¡Los que creen dicen que son tan felices! … Pues , me voy a la iglesia ; nadie, por desgracia, más desocupada que yo.
Empece a recorrer los templops, a oir sermones , y aunque algunos me inspiraban profunda admiración (por el talento de quien los pronunciaba), ninguno de ellos resolvia el problema de mis dudas.
Y si estos hombres tan instruídos y que, según dicen, están inspirados por el Espiritu Santo, no saben explicar porque de estas anomalias incomprensibles y estas injusticias sociales, a pesar de repetir que Dios es Grande, Bueno y Justo ¿dónde iré, pues, a convencerme de lo que yo necesito que me expliquen?.
“Dicen que en las capillas evangélicas se encuentra la verdad; puies iré a ellas”.
Fui, en efecto, allí encontré sobre todo una excelente amiga, llamada Engracia, a la que debi más consuelos y atenciones que a todas las prácticas religiosas.
Se compadeció tanto de mi ceguera, que fue para mi un guía humilde y desinteresado . Siguiendo su excelente consejo, fui, y ella me acompaño, a quwe me viera el doctor Hysern, médico homeópata que, como oculista, había hecho curas asombrosas.
Este sabio me recibío, no como ha una pobre, sino como si fuera una gran duquesa; me miró atentamente, me reconocio los ojos a través de unos lentes especiales, le pinté mi orrible situación, y me dijo con tristeza:
Tiene usted los hojos tan malos, y está tan adelantada la enfermedad, que es casi imposible su curación; pero si sigue estrictamente mis consejos, si se abstiene de mirar nada con fijeza; si, en fin, ae resigna y se hace cargo de que no tiene ojos, pasado un año y algunos días recobrará toda la luz que ha perdido y podrá dedicarse a diversas labores, siempre que no sea con luz artificial.Yo le daré toda la medicación que necesite, si me obedece fielmente, pasado el plazo el plazo que le he dicho, si es usted agradecida, bendicirá mi nombre.
Pintar el jubilo que experimenté al oir las palabras de aquel sabio me es totalmente imposible.
¿Que era un año de sombra, si luego el sol de la via irradiaria para mí?
¿Que era la horrorosa esclavitud de la impotencia y las privaciones de un año, si luego mi trabajo, pan regado con el sudor de mi frente, me harían libre?…
De que modo expresaría yo mi contento, que Hysern, que era un hombre muy serio y muy grave, se conmovió de tal manera que sus ojos se humedecierón, diciéndome con voz temblorosa:
¡Bendita sea la ciencia que redime a los cautivos !
Desde aque día cumplí estrictamente los mandatos de mi médico; pero, en cambio, recibía duras amonestaciones de los señores que recibian sus limosnas o donativos para poder sostenerme.
Una de ellas me dijo un día:
Parece mentira que haga usted versos tan bonitos, y hassta tenga algún talento, porque no hace usted más que torpeza, con sus delicadezas y escrúpulos de monjas, como si un pobre tuviera derecho a tener esos miramientos de no aceptar algunas proposiciones que le hemos hecho. Después se va usted a oír a los pastores protestantes, que son unos herejes que no entraran nunca en el reino de Dios; y, poe último, se pone usted con un médico homeópata que es un loco rematado que le va a dejar completamente ciega para alivio de sus males.
Yo enmudecía, porque nada abate tanto al espíritu como el no tener y después de oír tales filípicas dejaba de importunar por algún tiempo a las señoras que así me amonestaban, haciéndose mi situación material verdaderamene insostenible.
En cambio, tres veces por semana iba a la Capilla Evangélica a llí olvidaba gran parte de mis penas.
Allí me querian tanto ! …,que a veces decía con el mayor entusiasmo:
Ya tengo una fgamilia ,y una familia numerosa ; muchos de sus miembros me quieren; cuando yo paso, oigoo un murmullo de simpatia ; aquí nadie me reconviene; al contrario, siempre encuentro una mujer compasiva que se empeña en acompañarme a mi casa.
Entre los pocos recuerdos que mi espiritu se llevará ded la tierra figurará, en primera linea, mi entrada y permanencia en la Capilla evangelica de la calle calatrava de Madrid.
Mi enfermedad y curación seguían su curso lentamente; mis relaciones con las señoras que me socorrian iban en desminución, porque unas por cansancio me dejaban y a otras las dejaba yo porque me hablaban de mis nuevas creencias con el mayor desprecio, para evitar altercados enojosos dejaba de visitarlas, con lo cual mis medios de existencia disminuián de modo pavoroso; pero, como cuando se ha de vivir se vive, una antigua amiga de mi madre, que me quería y me compadecía profundamente, vino a verme una tarde, muy contenta, diciéndome que una sociedad de señoras filantrópicas repartía raciones a los pobres, compuestas de pan y un buen cocido; y ella, pensando en mí, había conseguido adquirir un centenar de bonos, con los cuales tenía yo asegurado el alimento para cien días, y que lo único que sentía que la casa donde las señoras repartían las raciones estaba muy lejos de Madrid; en cambio tenía para mí de ser un barrio donde nadie me conocia.
Con los bonos me entregó un cestito y una taza de porcelana.
Aun cuando agradecí mucho a mi antigua y buena amiga sus intenciones po mí, no pude sin embargo dormir aquella noche, y me lenvaté mucho peor de la vista. entonces ví claro lo terrible de mi situación y perdí gran parte de aquella repugnancia invencible que sentía para cumplir con aquel sacrificio impuiesto por mi fatal dolencia.
Salí al fin, de mi casa, llegué al palacio donde se hacía la obra benéfica, entré en un gran patio y vi a centenares de pobres de trodos aspectos, pues por algo (que entonces no pudeexplicarme), en aquellos momentos (que para mí momentos supremos) recobré una parte de la vista perdida, y pude ver perfectamente el cuarto que tenía ante mis ojos.
Había pobres de todas condiciones, muchas mujeres humildemente vestidas con su mantilla, que como yo, levaban la muerte en el alma; muchos ancianos con sus raídos gabanes, que parecían espectros escapados de sus tumbas; eran muchos más los pobres vergonzantes que los de oficio , y estos últimos apostrofaban a los que teían la imensa desgracia de no haber nacido en la miseria.
Creo que aquel instante pagué gran parte de las deudas contraídas en un centenar de siglos; porque sufrí una angustía que no tiene nombre en el leguaje humano; quise huir, pero al mismo tiempo me dije:
-No; es preciso llegar hasta el fin para saber las fuerzas que tiene mi alma.
Y me acerqué a recoger mi ración en compañía de un anciano, que me dijo, tristemente:
-¡Ay, señora!… ¡Que horrible es la crucifixión de la miseria!
Salí del palacio con gran ligereza, tanta, que parecía increíble que pudiera ir tan de prisa; ahora me explico perfectamente loque no pude explicarme entonces, y es que en medio de mi atroz sufrimiento sentía mi espiritu una alegría inexplicable.
Como aquel que debe una gran cantidad de dinero y decide pagarla:”¡Gracias a Dios que yo no debo nada a nadie!, así me sucedia a mí. Estaba contenta de mi mismay , al mismo tiempo, pensaba no volver a confundirme con aquellos desgraciados.
Al comprender la portera de micasa (que era una buena mujer) lo angustioso que era para mi el ir a recoger la ración de comida, ella se encargo de presentar los bonos , y durante mucho tiempo las dos nos alimentamos con el reparto que hacía la sociedad benéficas de señoras.
A medida que el tiempo avanzaba, crecía más mi impaciencia y contaba no sólo los meses, sino hasta los días y horas que me faltabanpara recobrar la visita suficiente, según me aseguraba el doctor, para permitirme trabajar,diciéndome a mí misma:
– ¡ Qué vida tan tranquila pasaré! trabajare cuanto pueda y haré ahorros para socorrer a los ciegos.
Esta esperanza me ayudaba a vivir, pero por más que reflexionaba no acertaba a explicarme por qué unos seres nacen tan dichosos y otros y otros tan desgraciados, y porqué había caído tan gran castigo sobre mí, y sin haber cometido falta y delito alguno. Y como sobre estos temas y otras mil dudas que me asaltaban solía yo sostener diálogos con un médico materialista, que todo lo negaba, me dijo un día:
¿Sabe usted quién le dará explicación de lo que siente?
¿quien?
Unos nuevos locos que cree, que con la mejor buena fe del mundo, que el alma vive, mejor dicho, que el espíritu (que así llaman ellos a la fuerza inteligente que da vida al organismo humano) vive por toda la eternidad, encarnado tantas veces cuantas lo necesita, en la Tierra y en otros mundos; y esas series de existencias le sirve para adquirir conocimientos, perfecionarse y pagar a la vez los desmanes, las felonías, las traiciones, los atropellos y demas abusos cometidos por el en otras encarnaciones. Usted, por ejempo tiene la pesadilla con sus ojos; pues esto para los cándidos y crédulos espiritistas, sería la prueba inconsusa de que usted en otros tiempos ha hecho muy mal uso de sus ojos, o a dejado ciego a más de un prójimo, y ahora recibe el castigo “por lo que más pecado había”.
Y ¿ donde se reunen esos locos, como usted dice?
En una buena casa de la calle Cervantes. Entre ellos hay hombres de talento que escriben admirablemente. Pubican varios periodicos ; a mí me mandan “El Criterio”.
¿Conserva ustesd algun número?
Por mi parte, ni lo leo siquiera; mi esposa y mi hijo suelen leerlo para reírse de los fenomenos y de las apariciones de los espiritus, y luego…, no sé qué hacen del bienaventurado “Criterio”.
Pues yo ruego a usted encarecidamente me traiga algún número, ya que tanto me llama la atención lo que piensn esos locos.